Gabinete Caligari

El escritor es un pasajero solitario

Hace tres meses comencé a escribir un cuento. Pero en el transcurso de la redacción comprendí que lo mejor era escribir toda una novela, porque era necesario explicar con detalle el contexto de la historia en cuestión. (Lamento no poder decirles de qué se trata. Hay una superstición entre escritores que yo respeto mucho: si uno cuenta lo que está escribiendo, el texto “se sala”, ya no se escribe).

Comencé a escribir la novela sin tener una estructura. La he ido armando en el camino. Definí seis capítulos pero a medida que fui escribiendo reconocí que tenía que agregar otros dos. Luego, se me ocurrió incorporar un personaje que no estaba planeado. Cuando definí esos capítulos y el personaje nuevo, me sentí eufórica. Había resuelto varios problemas. El entusiasmo que sentí fue tan grande que quería contárselo a alguien. ¿Pero a quién? Entonces pensé en eso que llaman la soledad del escritor.

Le tengo rechazo al término porque se suele hablar del asunto con un drama innecesario, a mi parecer. Por lo general se habla de la soledad del escritor como algo duro de sobrellevar. A veces se le considera algo trágico; otras veces causa rechazo social o se considera una excentricidad. Amigos, conocidos y familiares reclaman de los escritores con quienes están relacionados esa necesidad de aislamiento, ese estar abstraído, ese anotar las ideas súbitas, esa manera de estar presente en cuerpo pero estar ausente en alma, con los ojos vueltos hacia adentro, hacia el mundo de la historia que se está escribiendo.

Si alguien que quiere ser escritor considera que su soledad es un asunto sufrido y doloroso, lo mejor es que cambie de oficio. No cabe duda de que el escritor necesita tiempo a solas para redactar sus libros, pero no sólo para eso. También para vivir inmerso en esa dimensión paralela que se torna parte de nuestra realidad cotidiana. Esa dimensión paralela donde el libro, la historia y sus personajes, crecen y se desarrollan. Uno entra en esas historias como un mirón y regresa a su mundo particular, a escribir lo que miró en el pozo de su imaginación.

Los libros no se escriben de forma automática e implican mucho más trabajo del que se cree. Escribir no es sólo redactar sino que implica otros procesos sin los cuales la historia no sólo no podría escribirse, sino que sería ininteligible. Escribir es una tarea de 24 horas y no de horarios o días específicos. Escribir implica sobre todo una gran inversión de tiempo, porque los mejores textos se cocinan a fuego lento, lentísimo. Ya llegará el texto a su punto en algún momento. El buen cocinero lo sabrá reconocer.

Dice García Márquez: “Creo, en realidad, que en el trabajo literario uno siempre está solo, como un náufrago en medio del mar.  Sí, es el oficio más solitario del mundo.  Nadie puede ayudarle a uno a escribir lo que está escribiendo”.

La soledad de la escritura que yo siento no es angustiante como la de un náufrago sino emocionante como la de una viajera que en cada libro que escribe descubre, muerta de la curiosidad, un mundo nuevo. Cada libro que escribo me enseña algo importante, tanto a nivel técnico, de lenguaje y de estructura como a nivel de reflexión personal. Hay temas que el escritor explora en cada libro. Aprendemos algo más de nosotros mismos y de la condición humana después de contar una historia.

Esas conclusiones a las que llegamos, esas cosas que aprendemos, esos procesos que atravesamos mientras vamos escribiendo ¿con quién podemos hablarlo? ¿A quién le importaría? Comprendemos que son mensajes íntimos, personales, imposibles de compartir.

Ahí ocurre la verdadera soledad del escritor, la del devaneo diario cuando se escribe, la construcción de la estructura, la solución de un problema, la redacción de una escena difícil, encontrar el tono exacto que se necesita. El escritor se plantea la construcción de un mundo, pero la respuesta a los retos que eso plantea sólo la conoce el escritor mismo. Nadie más puede resolver de manera satisfactoria lo que el escritor quiere contar. Todo está en sus manos. Solamente en sus manos. Es una soledad más compleja y muy diferente que la de quedarse a solas.

Para emprender la escritura de un libro se tiene que sentir una profunda pasión, un entusiasmo irracional y desbordante. De ahí es donde se saca la alegría de esos triunfos silenciosos que tiene el escritor mientras resuelve un problema en su texto. De ahí es donde se saca el agua para tragar las pastillas de silencio, esas cosas que quiso contar de la elaboración de su libro pero que, resignado, decide callar. Callar es también una forma de soledad.

En su libro La loca de la casa, Rosa Montero compara la pasión por la escritura con la pasión del enamorado. Escribir es como estar enamorado. Queremos hablar todo el día sobre el libro que estamos escribiendo. Pero sabemos que cansaremos a nuestros escuchas, que no comprenderán nada de lo que estamos diciendo, que es aburrido hablar de un libro que todavía no pueden leer, que se aburrirán tanto de escucharte que cambiarán el tema a algo considerado más interesante.

Ernest Hemingway, en su discurso de aceptación del Premio Nobel en 1954, dijo que la vida del escritor era, en el mejor de los momentos, una vida solitaria.

Escribir es una tarea penosa, en ciertos aspectos, es cierto. Pero también está lleno de momentos jubilosos y de asombrosos descubrimientos. De pequeños, íntimos, intensos momentos de gozo que solamente el que los ha sentido podrá comprender.

Ser escritor es una manera de estar a solas. O una forma benigna de enfermedad mental. O un camino de auto conocimiento. Es un oficio tan lleno de misterios, que nunca se termina de aprender.

Sea como sea, la literatura es un recorrido que se hace a solas y el escritor es un pasajero solitario.

(Publicado en la revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, domingo 11 de agosto 2013).

7 Comments

  1. Felipe Argueta says

    Ya no esta tan sola, nuestros buenos deseos de ver publicada su obra la acompañarán hasta el final.
    Y cuando la publique nos firma el libro.
    Un saludo!

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  2. Mercy Wilson says

    Entonces me atrevo a decir que esa soledad es como una isla placentera. Gracias por compartir algo tan intimo sobre esa soledad que al fin y al cabo la enriquece!
    Un abrazo fuerte Jacinta!
    Mercy

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